Seguramente pocas veces te has parado a pensar que cuando lees literatura extranjera en realidad no estás leyendo únicamente lo que ha escrito su autor sino también lo que ha sabido plasmar el traductor.
Si dos personas de lenguas diferentes han leído la misma novela, cada una en su lengua, ¿han leído el mismo libro? Pues, a veces sí, y a veces no. Al lector de la versión original del libro puede, por ejemplo, impresionarle la precisión del lenguaje y de la construcción narrativa, o el exotismo del vocabulario; sin embargo, la transmisión de estas mismas propiedades dependerá, en gran medida, del trabajo del traductor, y la obra traducida puede crear un efecto muy distinto del que presenta el original. El contenido será el mismo, pero no así su forma.
Interesante, ¿verdad? Sobre todo teniendo en cuenta que, según Cedro, un 25% de los libros publicados en España son traducciones. Y sus traductores funcionan como mediadores culturales, es decir, como divulgadores de obras de otras culturas. Son ellos los que acercan a obras y autores desconocidos al público general, incluso muchas veces a las propias editoriales.
«La traducción siempre nos ayuda a saber, a ver desde un ángulo distinto, a atribuir nuevo valor a lo que una vez puede haber sido desconocido. Como naciones y como individuos, tenemos una necesidad crítica de este tipo de comprensión y penetración. La alternativa es impensable», afirma Edith Grossman. Y no le falta razón. La importancia de los traductores parece incuestionable. Sin embargo, pocas veces nos acordamos de ellos cuando elegimos un libro (en otros países como Japón hay colecciones literarias de traductores). Y sigue preocupando que los propios críticos literarios casi nunca destaquen la importante intervención del traductor para que un libro sea posible en castellano. Lo cual ayudaría mucho a que el lector comenzase a tomar conciencia de que, además de leer una obra interesante, debe preocuparse por leer una obra bien escrita.
Sí, bien escrita porque, en contra de lo que pudiera parecer, un traductor domina su lengua por encima de cualquier otra. Conoce sus resquicios y se preocupa de mantener viva la pasión por el buen uso del idioma. Como si siempre estuviera aprendiendo a hablar.
Piénsalo, «sin traducción habitaríamos provincias lindantes con el silencio», ya lo advirtió en su época George Steiner.